Un obrero se afana en colocar unas baldosas en el camino, ahora de tierra, que conduce desde los bungalós hasta la carretera principal.
No tiene cemento industrial, así que aplica una capa de arena rojiza, arcillosa, mezclada con agua. Después, coloca las baldosas una a una, golpeándolas con un martillo de goma para hundirlas, sin quebrarlas, en el húmedo manto. Con las pisadas de los turistas el suelo se asienta, pero las baldosas de los extremos, rebeldes, se alejan del trazado esculpido por el obrero, como escapando de un destino no deseado.
(Koh Tao, julio de 2013).