Los birmanos, me cuentan, se distinguen de los tailandeses porque llevan polvos de talco por el rostro, un gesto que ayuda, según sus tradiciones, a atraer la suerte. Sin embargo, en Bangkok su existencia no parece, en modo alguno, afortunada. Son la mano de obra barata de un país cuya emergencia económica no termina de suceder.
Los obreros birmanos ya no trabajan en los acabados del que iba a ser el edificio de apartamentos más lujoso de la ciudad, sino que su fachada sirve para soportar publicidad contratada por, entre otras, empresas como Coca Cola. Para realizar esta operación los obreros birmanos no utilizan arneses, sino que se atan a una cuerda que les rodea la cintura. El elevador en el que operan se balancea peligrosamente durante la ascensión, que ayudan tirando de los cables de la polea con sus propias manos.
Los obreros viven enfrente del edificio inacabado, en una chabola insalubre, rodeados de desperdicios. El edificio abandonado sirve además de escenario para el menudeo de drogas. En la siguiente foto, el emblemático Siroco, visto desde la chabola de los obreros birmanos. La construcción del edificio de la derecha se paralizó en el año 1998, como consecuencia de la crisis económica, me cuenta Noel, corresponsal de EFE en Tailandia.